jueves, 7 de abril de 2011

Azul profundo

Hoy os voy a contar mis planes a medio plazo, pues ya se han sentado sus bases y puedo hablar de ellos con bastante certeza.

Se han barajado muchas opciones, ha habido decisiones que tomar y el azar ha jugado también su papel. Así, el próximo lugar al que el destino se ha decidido a llevarme se llama Okinawa.

Desde este septiembre y mientras nada malo suceda, mientras mi corazón lata y mientras los cielos y mares de este mundo puedan surcarse, esa isla será mi hogar durante 9 meses.

Si el bullicio de Tokio acompasó un día mis pasos, si el extraordinariamente colorido gris de sus calles se grabó en mi alma hace ya tanto tiempo, quizá cueste de creer que no vaya a regresar para oír de nuevo la campanilla de mi balcón sonar con el viento que mece los juncos junto al río Edo. Duele no regresar a Tokio, duele tener que pasar más tiempo todavía viéndola sólo a través de mis párpados... Pero creo que Okinawa también me mostrará cosas que no olvidaré jamás.

Además, los que me conocéis sabréis que amo más que a nada la costa, el sol, el aire salado del mar... ¿Adónde iban a llevarme esta vez si no mis pasos?

Dejo más cosas y mucho más grandes esta vez al partir. Cuesta un poco más que antes alzar el vuelo, pero no tengo miedo. Sólo me atemoriza una cosa, y lo más gracioso es que estoy segura de que mis temores se harán realidad: Me da miedo enamorarme de Okinawa, de sentir por sus playas blancas la misma adoración que sentí por Tokio. Si el recuerdo de esa ciudad se siente en mi pecho aún como un amor distante y doloroso, temo que Okinawa sea el segundo amor inmenso que haga que mi corazón se esparza de nuevo. Si desde que regresé a mi ciudad natal sabía que volvía sólo con la mitad de mi alma, temo volver de nuevo sólo con un tercio. ¿Que será de mí si termino esparciéndome en pedacitos por todo el mundo?

Okinawa, temo y ansío verte. Pero, pese al miedo... Ojalá. Ojalá, después de conocerte, no sea capaz de vivir nunca más sin tus mares de color azul profundo.