lunes, 30 de junio de 2008

Una mirada nostálgica

Todo expatriado (dicho así feamente), tiene sus momentos de morriña incontenibles en que le gustaría cerrar los ojos y volver por unos momentos a su tierra, con su gente.

Una de las cosas que echo más de menos es sin duda mi ciudad, y la costa. El mar. El paseo marítimo con el sonido de las olas, la arena de la playa, las palmeras.
Cuando volví a España en Abril, el último día por la mañana quedé con un amigo. Pero al volver al mediodía a Badalona, mi ciudad, en el momento en que salí de la boca del metro me quedé parada unos instantes. Tenía dos opciones; volver a casa pronto y preparar las maletas para volver a Tokyo ésa misma tarde, o darme un paseo en solitario por mi amada ciudad, y respirar su aire una última vez antes de marchar.

Y eso hice.

Puse dirección al mar y llegué hasta la playa. Volver a ver ése paisaje fue simplemente único. Sentí que recobraba fuerzas para regresar y me sentí capaz de todo. No puse ni una sola mueca, ni un gesto de tristeza, ni derramé una lágrima al volver aquí; agité las manos despiéndome de mi gente con alegría y esperanza; llena de una energía que ése lugar, mi lugar, me había brindado de nuevo.

Aún con todo lo que he descubierto aquí, lo muy ligada que me siento a la ciudad que piso ahora y toda la gente a la que he conocido, a mi ciudad no la cambiaría por nada. Badalona, el lugar donde nací; y Barcelona, la hermosa Barcelona, el núcleo de toda mi vida. Resumiendo; habrá sitios maravillosos en el mundo; pero no hay lugar en el mundo como tu casa.

Así pues, hoy voy a dedicar un poco el post a ése lugar que es mi hogar, y ya puestos celebrando como todos sabemos (incluso los japoneses), esa victoria de España en la copa de Europa que tanto se ansiaba. Mi pasión por el fútbol es más bien escasa, pero no pude contenerme de quedarme hasta las 6 de la mañana ésta noche viendo el partido, y de saltar como una niña al conseguir la victoria.

Creo que ya puse fotos de el primer restaurante español que encontré por Tokyo; llamado Casa del Bueno. El caprichoso destino ha hecho que ése restaurante se encuentre justo detrás de mi trabajo; por lo que veo ondear la bandera de mi país cada día. Sin embargo nunca he entrado a comer.
Pero el otro día pasé por Ikebukuro y me topé con el hermano de la casa del bueno. No pude evitar reírme al leer en el cartel... ¡Casa del guapo!


Por un impulso (o por hambre) decidí aventurarme a entrar.

Me pedí el "Menú B", no ponía muy claro lo que incluía, pero éso era parte de la emoción.


Y éste fue el resultado. Paella, pescado a la plancha, garbanzitos, patatas bravas y zumico de naranja. No estaba mal, aunque repito, una vez más, que como en casa... ¡ nada!
Y volvemos a entrar en la ironía de los precios ridículamente baratos de Japón... Todo eso, pan de chapata incluído... unos 5 euros. Desde que vivo aquí y veo lo maravillosamente bien que se come, empiezo a pensar que ni París, ni Italia, ni ostias... la mejor oferta de cocina del mundo está en Japón.

Así que bien, ése día almenos, comiendo paella y contemplando las patas de jamón que colgaban del techo, pude decir que por un momento pude sanar esa añoranza que siempre llevamos clavadita los viajeros.