sábado, 27 de agosto de 2011

A mis pedacitos



- ¿Papeles?
- Sí, llevo la credencial de becaria, los billetes de avión, el pasaporte y el papeleo de la universidad.
- ¿Y el certificado este?- me dijo enseñándome el papel de colorines.
- También me lo llevaré por si acaso...
- ¿Tus medicinas?
¡Cierto! Mis medicinas. Últimamente se me estaba dando muy bien eso de desfallecer de repente.
- Improvisaremos un botiquín.
Mi maleta tenía poca ropa de abrigo. No me iba a hacer falta allí. Nada de calcetines mulliditos, nada de jerséis de lana ni gorritos con borlas. Nada de botas forradas.
Miré hacia esas dos enormes cajas con ruedas que rebosaban colorines en forma de ropa, libros, bolsas repletas de pequeñas cositas, de mi perfume de siempre, de mis pijamas de dibujitos... De un montón de cosas que me daba pánico extraviar en el largo trayecto en avión hasta Okinawa.

- Dime... ¿Cuidarás de las flores cuando yo me haya marchado?- dije.

- Bueno, las iré regando.

- No, no es sólo eso... trátalas con cariño. Tengo unas semillas de lirio nuevas, y quiero saber de qué color saldrán esta vez. ¿Les harás una foto? Las flores apenas le duran dos semanas.

- ¿Dos semanas? ¿Cuidas una planta durante un año por dos semanas?

- Sí. ¿Te parece estúpido?

- Un poco.

- Pues en realidad es hermoso.

- ¿Tú crees?

- Las cosas son bellas porque algún día terminan. Incluso la muerte es hermosa en cierta forma. Si los lirios siempre estuviesen ahí, apenas los miraríamos.

Me miró, calló y siguió recogiendo mis trastos esparcidos por toda la habitación, colocándolos en cajas. Al día siguiente iba a irme de ahí, pero de un modo distinto al habitual. Cuando sales por la puerta de tu casa y no te llevas la llave para volver a entrar, sabes que algo va a cambiar mucho en tu vida.

- ¿No te duele marcharte?- dijo finalmente.

- Como si me arrancasen el alma del pecho- respondí con tranquilidad.

- ¿Y acaso eso te parece hermoso? ¿Es un final bonito?

- Sí. Es bonito porque duele. Lo triste sería que no me diese pena irme de aquí.

- Pero... quizá sea conmovedor, pero no me parece bonito.

Me senté en el sofá para descansar un rato e intenté explicarle lo mejor que pude:

- Desde hace ya un mes que me paro a pensar en todas esas noches de risas que no volveré a vivir en bastante tiempo, en todas las llamadas que no podré recibir, en esos ojos que no podré volver a mirar fijamente en tantos meses... y me parece desgarrador. Quiero sentarme en el suelo, ponerme a llorar y gritar que no quiero marcharme; cerrar los ojos, apretar los puños y que al contar hasta diez todo haya pasado, que ese billete de avión no esté en realidad ahí, o que la vuelta sea más pronto... y entonces, cuando abro los ojos y todo sigue igual, duele. Duele mucho, no sabes cuánto.

- ¿Y por qué no te quedas?

- Seguro que encuentro muchas cosas allí. Es el camino que he elegido, y yo siempre he tirado hacia arriba. Hacia delante no, hacia arriba. Ir "adelante" suena a sobrevivir insulsamente, a seguir caminando para ver qué te encuentras. A mí me gusta más pensar en una escalera de mano que hay que ir subiendo, y este es el siguiente escalón. Además... Es hermoso. Ver esos ojos y saber que todo se acaba pronto. Tomar una mano pensando en retener en tu memoria ese tacto que no volerás a sentir en mucho tiempo.

- ¿Como con el lirio?

- Como con el lirio. Lo más hermoso de verlo florecer es saber que tienes que disfrutar de su corta existencia con la máxima intensidad. Y en cuanto a mí... Me siento afortunada de sentir este dolor. Es el dolor más hermosamente desgarrador que he sentido nunca.

- Pero volverás, ¿no?

- Volveré, vaya si volveré. Y acabaré todo lo que dejé a medias.





Gracias, gracias de verdad por hacer de esta marcha algo tan devastadoramente difícil.