miércoles, 25 de febrero de 2009

Sueños de la metaperfección

Entré en aquella biblioteca oscura, inesperadamente poco iluminada para ser un espacio de lectura. Sus estanterías reflejaban la luz naranja de las escasas bombillas posadas sobre las mesas. Sus hilitos de cobre ardiente agonizaban, gritando en incandescencia que se les acercaba el morir encerrados en aquella burbujita de cristal.

No buscaba nada, ni sabía qué hacía allí.

Pero lo averigüé pronto; en cuanto vi a alguien sentado frente a una de esas carcomidas mesas de roble astillado. Se tornó hacia mí, quedando a contraluz. Entre sus manos un libro abierto. Entendí que ella era el motivo de mi visita, y que yo era el motivo de su presencia.


— ¡Oh! y te presentaste al fin...— sonríe. Tiene el pelo castaño, largo hasta sus finos codos flexionados, sujetando aquel volumen polvoriento.
—Eh... sí, ya. Supongo— intento esbozar una sonrisa. No sé qué decirle.
Ella desvía la vista, mira al techo, a las crujientes vigas. Suspira.
— ¿Y cuánto te queda, pequeña...?
Pese a que no tenía motivos para entender aquella pregunta, la comprendo de todos modos.
— Tres años largos. No sé cómo voy a salir de esta...
Se ríe entre dientes.
— Ya... y mucho te espera. Ni siquiera sabes aún a qué o a quién dedicar tu existencia... lo recuerdo bien.
— ¿Lo has descubierto tú?
Su sonrisa se detiene, y me mira con nostalgia.
— Ya lo verás por ti misma.
Asiento, algo resignada. Recorro con la mirada mi alrededor, pero no hay más que penumbra. No sé qué decir, ni qué hacer.
— Em... ¿Qué lees?— pregunto, sin más intención que la de romper aquel espeso silencio incómodo; sus ojos clavados sin piedad en los míos.
Sonríe con calidez, y alarga el brazo para entregarme el libro que lleva en sus manos. Lo tomo, abro una página al azar... y me quedo sin respiración.
Era, sencillamente, perfecto. Las palabras ordenadas, las expresiones usadas... todo constituía el modelo ideal de aquello que yo tanto, tanto ansiaba ser. Las frases eran hermosas, como si sólo con pasar la mirada sobre las letras pudiese oír las palabras en mi mente; como si cada vez que leyese "río" en aquel libro, sintiese salpicar el agua en mi rostro. Era arte en estado puro, poesía en prosa, música en letras. Tenía que esforzarme para que las fuerzas no me abandonasen y el libro que sostenía resbalase de mis manos.
Era un placebo delicioso; droga de escritor.
— ¿Quién... quién ha escrito eso?— ¡El nombre! Quería saber por lo menos el nombre del autor al que iba a encadenarme de por vida.
Pero ella se acercó, sin desdibujar aquella sonrisa de su rostro. Escondiendo las manos tras la espalda, se inclinó para susurrar en mi oído.
— Lo he escrito yo, lo has escrito tú.
Y me desperté.


Pasé toda la mañana intentando recordar los detalles de aquel sueño. Por más que lo intentaba, no lograba que una sola de las palabras de aquel libro regresase a mi mente. Tamborileaba con los dedos sobre el escritorio, frustrada.
— ¿Ocurre algo?— Me preguntan. Ya no importa quién, ni cómo.
— He tenido un sueño, un sueño de perfección. En él hallaba el libro ideal, la prosa perfecta... y no logro, no logro recordar ni una sola frase.
Y entonces caí en la cuenta.
No debía recordarla, debía crearla.
Aquella prosa que me parecía tan, tan superior; tan distante de mis humildes frasecitas de entonces, había nacido en mi cabeza. Si era un sueño, si era mi sueño, aquella visión la había creado yo en su totalidad, libro incluido.
Aquellas frases estaban en mi cabeza, yo les había dado vida. ¿Pero cómo, cómo hacer que se mostraran?
Era capaz de escribir así, pero sólo en sueños. ¿Cómo, cómo volver los sueños realidad?