lunes, 7 de julio de 2008

Una opinión

Darío es, muy probablemente, uno de los lectores más sensatos que tengo (aunque quereros, os quiero a todos xD).
No sólo me envió una exquisita corrección del capítulo 1 de la novela que estoy escribiendo (que pienso aplicar sin dudarlo antes de ponerme con el cap. 4, mientras rezo para que su tiempo y voluntad me permitan disfrutar de sus opiniones muchas veces más); sino que sus palabras me hacen darme cuenta de que sin duda es una persona llena de experiencia, que me intriga y me hace darme cuenta de lo pequeñita que soy (todavía).

Me ha enviado un mail preguntándome mi opinión sobre Japón. Personalmente me ha chocado la parte en que me pregunta si me arrepiento de haber venido, de cuál es, resumiendo, mi "conclusión".

Lo cierto es que a dos meses para irme, al mirar atrás me sorprendo de todo lo que he vivido hasta ahora en éste frenético año.
Ha habido, como en todo año de cualquier persona en cualquier parte del mundo en cualquier época; momentos mejores y peores; recuerdo con dulzura mi llegada, los primeros meses; el viaje con mis amigos, el empezar la escuela...

Sin embargo, algo amargos fueron los meses de crudo invierno; coincidió que vivía sola en el apartamento, y llegar a un lugar por la noche en el que nadie te daba la bienvenida era más frío si cabe que la nieve que caía al otro lado de la ventana.

Pero ahora estoy increíblemente a gusto; todo son etapas. Pero resumiendo y englobando todo en una frase, para resultar breve (para variar):

No, no me arrepiento en absoluto de haber venido.

Es más, creo que es lo mejor que he hecho en mi vida.
Recuerdo las palabras de mi maestro. Era un profesor de bachillerato, pero más que "profesor" prefiero llamarle "maestro". Sin duda es una de las personas que más me ha enseñado en la vida.

El día que le confesé sin previo aviso que tenía intención de venir aquí, esperaba, como de todo ser humano al que le había dicho eso, que me deseara suerte o me preguntara sobre mis intenciones, incluso que se sorprendiera y empezara a hacer preguntas de cualquier tipo.
Sin embargo se quedó callado unos segundos, se rascó la barbilla, y me miró diciendo:

Me parece bien, pero recuerda, no vayas como una turista, sino como una viajera.

¿Tenéis vosotros en la memoria palabras que sabéis que no olvidaréis jamás?
Por muy lejos que volara de ésa persona, por tiempo que pasara aquí, sabía y sé que ésas palabras seguirán resonando en mi cabeza por siempre; no sólo en Japón, sino adondequiera que vaya.
Pero eso no fue todo; al volver a España en Abril volví a encontrarle. Me preguntó sobre mi estancia, sobre qué había aprendido. Recuerdo haberle confesado mi inseguridad sobre mi futuro; pensaba en qué quería ser al volver. Hablarle de que repicaba incesante en mi mente el deseo de dejar volar mi pasión por escribir y atreverme a cumplir ese sueño algo estúpido y bohemio, esos sueños que no suelen gustar a papá.
Recuerdo también decirle, como creo que comenté en otro post, que no encontraba lugar en mi ser que se imaginara a sí mismo con un traje corbata y trabajando en una empresa, esclava del móvil y el ordenador portátil.
Sus palabras fueron claras.

Si no te pregunté por qué querías ir a Japón cuando me contaste tus intenciones aquél día; fue porque sabía muy bien que tú en ése país ibas a encontrarte.

Y, dios mío, cuánta razón.
Estando aquí me encontré a mí misma. Podría decirse que mi personalidad y carácter no han cambiado ni una pizca, pero sí mi forma de ver las cosas, mi conocimiento sobre lo que me rodea, mi capacidad de captar, recibir, comprender. Creo que, de quedarme en España, sin duda no habría sido capaz de encontrar mi camino.
Podría decir que fui palpando la forma que tenía (o que quería que tuviese) mi futuro, y ésa persona, con sus palabras, hizo que ésa idea estallara del todo y diese lugar a lo que soy ahora.

¿O nadie se había preguntado por qué el estilo de escritura de mi blog cambió precisamente después de volver de España?

Así que se podría resumir que viniendo aquí he aprendido más que en muchos años de mi vida (no diré toda, pues mentiría). No cabe lugar al arrepentimiento.

Y claro, claro que ha habido momentos, sobretodo momentos felices allá en mi Badalona, en los que habría querido cerrar los ojos por un instante, y al abrirlos volver a estar con la gente que quiero por unos minutos, aunque fuese. Estar fuera de casa no es fácil, y menos cuando amas a tu ciudad y tu gente más que te amas a tí mismo. Pero es ésa gente la que te enseña que por cien años que pases fuera, siempre te esperarán con los brazos abiertos.

La playa, el sol y el olor a salitre de mi ciudad siempre, siempre estarán ahí, esperándome. Y cuando llegue el día, ya cercano, de marcharme de la grandiosa Tokyo, sin duda lo haré con una sonrisa.
No por que quiera irme, sino por muchas, muchas otras cosas.