martes, 18 de noviembre de 2008

No interesa

Ando en mi primera época de trabajos/ exámenes de mi vida universitaria, y la experiencia no resulta demasiado agradable. Aun así, abandonar el blog no es algo que conste en mis planes, así que he decidido crear un híbrido entre actualizar + mis trabajos.

Esto es, poneros un trabajo que hice hace unos días, pues me resultó bastante interesante.

Se trataba de comentar una fotografía elegida al azar y plasmar nuestra opinión sobre ella, en un estilo bastante... literario. Yo elegí esta, y espero que os guste el texto. Es algo bastante en mi línea.





Esta foto de Yonathan Weitzman, un fotógrafo israelí, ganó el primer premio del World Press Photo 2008, en la categoría People in the news.

En ella observamos el vestido de una chica africana, que cuelga del alambre de espino de la frontera entre Israel y Egipto. Según los datos que la fotografía adjuntaba en la página web que la galardonaba, durante los años 2007 y 2008, muchísimos huidos del conflicto en el área de Darfur, en Sudan, cruzaron la frontera ilegalmente buscando asilo en Israel, llegando muchos de ellos a instalarse en Egipto. Al parecer, el gobierno de éste país comenzó a endurecer entonces su política con respecto a la inmigración ilegal, lo cual implicó también una mayor severidad y violencia hacia aquellos que intentasen cruzar sus fronteras clandestinamente.

Este último factor hace de la fotografía que vemos algo todavía más conmovedor. He observado decenas de galardonadas en el mismo premio, pero el contraste de esta foto, los dos conceptos opuestos que representa, resultan conmovedores e impactantes a ojos de cualquiera. Eso es lo que me ha motivado a escogerla.

No es difícil notar las dos fuerzas que dominan en esta fotografía. Sin ir más lejos, el hecho de que esté en blanco y negro, el hecho de que el vestido blanco brille, reluzca con fuerza enredado en el alambre de espino tras el oscuro fondo nos da una pista sobre su significado. Detecto un claro choque de todo lo suave, delicado, frágil y dulce que el vestido representa; con la violencia, dureza, resistencia y frialdad que el alambre del que se encuentra preso nos transmite. No me cuesta nada observar una contraposición de la inocencia con la guerra, del bien y del mal. La fina tela del vestido, su vaporosa y hermosa ropa se enreda, se engancha, se desgarra con las púas y cuchillas del frío metal. Es el corazón humano contra el horror de la guerra, es la vida y la destrucción; un ying y un yang evidentes, apreciables a simple vista.

Comienzo a plantearme quién llevó aquél vestido. ¿Cruzó la chica sola aquella frontera, ignorando los peligros que corría? ¿O lo hizo en compañía de su familia o de un gran grupo de gente? ¿Lo hizo de noche o a plena luz del día? Sea como fuere, ella, sola o acompañada, se opuso al poder, se opuso a las opresiones, y no temió saltar aquella frontera. No le importaron las cuchillas de los alambres, no le importaron las una o diez cicatrices que pudiesen quedarle tras el asalto, ella quería cruzar a toda costa. Podía perder el vestido, podía perder incluso la vida, pero para ella cruzar era lo más importante, tenía más peso que cualquier otra cosa en el mundo. Así de desesperada podía haber llegado a estar. Por la vegetación que observamos alrededor, y por el concepto que todos tenemos de una frontera, no puedo evitar plantearme si su paso hacia Egipto fue mucho más que el saltar aquella valla; fue atravesar el desierto de ambos lados, el sobrevivir a la travesía, pues no puedo concebir a una chica que salta una frontera ilegalmente, llegar a esta cómodamente en coche o todoterreno. Es posible que caminase decenas de quilómetros, que llegase a su objetivo deshidratada, cansada y angustiada, pero que eso no le privase de saltar de todas maneras.

¿Y llegó a cumplir su objetivo? ¿Llegó al otro lado o fue descubierta y aniquilada? No sólo en el momento de cruzar, si no en cualquier otro. ¿Se tuvo que quedar en Israel, vive ahora felizmente en Egipto, o yace ya a tres metros bajo tierra? También he dado por supuesto que se trataba de una chica, pero quizá era una mujer adulta, con su marido e hijos, que quizá perdió a alguien el día del asalto a la frontera. Infinitas son las preguntas que podemos hacernos sobre ella, sobre su origen y su destino, sobre su vida o muerte actuales… e incluso sobre su existencia.

Porque, ¿Quién nos dice que nadie puso ese vestido ahí intencionalmente? Podría ser que todo esto no fuese más que uno de tantos montajes para arrancarnos unas lagrimitas, un burdo plan para hacernos conmover. Podría ser que resultase que los trapos y camisas que cuelgan de los alambres son en la realidad despojos rotos y ensangrentados, lo único que queda ya de sus antiguos portadores. Quizá nada hay de vaporoso, bonito e inmaculado ya en aquellas fronteras, no hay vestidos blancos, sólo dolor; restos de camisetas oscuras, sucias y casi desintegradas, que se mecen con el viento, olvidadas por las personas y por las cámaras, pues nadie se conmueve con un trapo sucio que huele a muerte y a putrefacción, pero sí con el vestido blanco. Los trapos ensangrentados no ganan premios, pero sí el delicado y puro vestido blanco.



P.D: Los lectores de gaiden tienen sorpresita.