lunes, 4 de agosto de 2008

Lo que no nos mata

Mis adorados lectores y lectoras,

Ayer vi morir a una persona.


No sé si será mi gafe innato o es que el destino intenta decirme algo, pero es la segunda vez que veo frente a mis ojos apagarse la llama de la vida, y de la misma forma.
La primera fue cuando rondaba yo los 10 años (no recuerdo si eran 9 o 11, sinceramente). Un verano en un pequeño hotel de Peñíscola. Presencié sin pestañear cómo sacaban del fondo de la piscina a un niño de aproximadamente mi misma edad entonces, cómo intentaban reanimarle sin éxito. Su pequeño cuerpo estaba azulado e hinchado. Cuando le sostenían el brazo, éste caía como el plomo de nuevo contra el suelo.
Y es curioso, creedme, que no recuerdo en absoluto el color de las cortinas de mi habitación de ése hotel. No recuerdo si la cama estaba blanda o dura; no recuerdo el ambiente del comedor, ni siquiera si la habitación tenía televisión o no.
Pero nunca, jamás olvidaré el brillante plateado de la enorme bolsa en que envolvieron aquél inerte cuerpecito frente a mis ojos. No olvidaré jamás el grito de horror de su madre al enterarse de lo ocurrido.

Creo que ése hecho marcó mi vida. Es una de las cosas que más me ha impactado jamás; estuve semanas sin dormir bien, no dejaba de pensar en ello; y por mucho tiempo que pasase, a veces me atacaban pesadillas y remordimientos por no haber sido capaz de hacer nada.

Sin embargo ésta noche he dormido como un angelito, a pesar de que ayer presencié exactamente la misma escena. Fui a la playa con mis amigos, y al oír un grito vi que dos chicas sacaban del agua a un hombre inconsciente ayudándose de un pequeño flotador. En seguida llegaron los vigilantes a intentar reanimarle. Era igual. Exactamente igual. Un equipo entero de personas encima de ése hombre, intentando hacerle recobrar la consciencia inútilmente. El mismo brazo cayendo a plomo sobre el suelo mojado. El mismo color azul de su piel. La misma bolsa plateada.

¿Por qué ésta vez he sido capaz de seguir como si nada hubiera pasado? Fue llevarse a ése pobre hombre, y seguimos divirtiéndonos a la nuestra como antes.
La vida de ése hombre acababa de terminar, un hombre que nació, vivió, se divirtió como yo lo estaba haciendo en ése momento, que posiblemente se habría enamorado, casado; que probablemente tendría hijos y mucha vida por delante. Una vida que acababa de terminar delante de mí, y yo era incapaz de conmoverme. ¿Por qué no me afecta como me afectó hace 8 años atrás?

Sí que es cierto eso de que lo que no nos mata nos hace más fuertes; ¿Pero hasta qué punto es bueno hacerse fuerte? Vemos cada día en las noticias a gente muriéndose de hambre, sufriendo o pidiendo ayuda y ni siquiera pestañeamos, indiferentes.

Yo quería conmoverme. Quería que me afectara. Quería sentir el mismo remordimiento por el hombre de ayer que por el niño de tiempo atrás, pero no pude. ¿Es acaso el hacerse fuerte sinónimo de convertirse en un monstruo? Si el "acostumbrarse" es igual a "volverse insensible", no sé hasta que punto los humanos deberíamos desear aquello de volvernos algo más fuertes que el día anterior.