martes, 9 de junio de 2009

Oculta humanidad

En un intento de autoconvencerme de la necesidad de ponerme a estudiar, me fui a la biblioteca de mi universidad. Ese sitio siempre me ha intimidado un poco: El silencio absoluto, las caras serias, los libros apilados, los arcos de ladrillo alzándose decenas de metros sobre el suelo...

De alguna forma, siempre que voy a ese lugar me da la sensación de que todo el mundo a mi alrededor es más serio y responsable que yo. Los veo ahí, estudiando calladitos, como si no tuviesen la más mínima gana de estar haciendo otra cosa. A mí me pasa que nada más sentarme a estudiar comienzo a pensar en cómo de brillante será el sol afuera, en lo mucho que podría estar aprovechando el tiempo en cualquier otro lugar. Como bien dijo Oscar Wilde:

Vivimos en una época que lee demasiado para ser sabia y que piensa demasiado para ser hermosa.

Me senté en uno de los pocos huecos libres del lugar. Era una mesa grande, repleta de gente a su alrededor. Abrí la tapa de mi ordenador, viejo compañero... y me dispuse a revisar documentos y más documentos. Al poco rato comencé a querer ponerme más cómoda.

"¿Si me quito los zapatos... se darán cuenta? ¿Me mirarán mal?"

Inspeccioné esos concentrados rostros estudiosos.

"Seguro que se piensan que he venido de campo y playa, o algo así... bueno, espero que no me vean".

De las casi diez personas que rodeaban la mesa, ninguna parecía alzar la mirada del libro. ¡Qué admirable capacidad de concentración!
Disimuladamente, sin hacer ruido, tiré de mis chanclas, ayudándome con mis propios pies, y me despojé de mis zapatos.

"El mal ya está hecho".

Sintiéndome más cómoda me puse a estudiar, aunque de vez en cuando, cuando alguien pasaba por mi lado, procuraba esconder un poco los pies para que nadie viese la algo embarazosa imagen de debajo de la mesa. Sin duda esa gente tan seria, tan estudiosa, tan aplicada... nunca haría algo tan vulgar como quitarse los zapatos enmedio de la biblioteca. Parecía gente mucho más madura que yo, más... no sé, más de todo.

El sol fue cambiando de posición, tiñendo las alas de las gaviotas de naranja claro. Mi fatiga comenzó a mermar mi ya de por sí escasa determinación, por lo que decidí irme a casa. Alargué el pie para alcanzar mi chancla.

Y no la encontré.

Comencé a palpar el suelo, buscando alguna de las dos. Nada.

Resignada, no me quedó más remedio que retirar la silla, agacharme... y buscarlas yo misma. Al retirar la silla y ponerme en pie, noté que todos los presentes de la mesa se sobresaltaron un poco. ¿Había hecho mucho ruido? ¿Les había asustado?

Sin decir nada, me agaché en busca de mi desaparecido calzado. Al mirar debajo de esa mesa de aplicados estudiantes, de rostros serios y concentrados... dibujé una sonrisa.

Nadie, absolutamente nadie en esa mesa... llevaba los zapatos puestos.