lunes, 23 de mayo de 2011

Raíces

Desde hace ya bastante tiempo me he aficionado muchísimo a las plantas. A medida que las cuido voy viendo que no son muy distintas de nosotros, pese a que cueste de creer. Me he dado cuenta, aunque me tachéis de loca, de que una planta crece mucho mejor si se le muestra cariño, si se le presta atención y si no se la arrincona. Resulta curioso por ser tan poco demostrable, pero mi sospecha ha quedado demostrada cientos de veces desde que me ocupo de todos los (muy numerosos) seres verdes de mi casa.

Hay una cosa que me gusta aún más que cuidar plantas, y es rescatarlas. Esa maceta con una planta feúcha, mustia o rota que nadie quiere y que está sola en un palé a punto de ser desechada... E incluso el azar ha querido que me encuentre más de una vez todo tipo de vegetación abandonada por la calle, lanzada por ahí con la maceta rota, tumbada a su suerte sobre el asfalto. Siempre que me encuentro alguna planta la llevo a casa y la cuido con todo el amor que tengo; tanto, que la feúcha del palé termina siendo la más frondosa, y la tirada en la calle termina cubriendo sus ramas rotas.

Pero hay una cosa que no me gusta del todo: En mi casa no hay jardín.

Tengo que tener todas las plantas en macetas, pues no hay suelo de tierra donde plantarlas. Si bien siempre intento que anden sobradas de espacio, no dejan de vivir en una maceta. Me parece algo triste. Cuando las miro, pienso que si yo fuese planta me gustaría vivir en el bosque, o en un bonito jardín con césped. ¿Por qué? Porque mis raíces podrían extenderse libremente.

Ocurre lo mismo con las personas, ¿no? Por eso digo que no somos tan distintos. Nacemos en una maceta, y nuestra batalla consiste en lograr llegar al bosque, donde nuestras raíces podrán extenderse tanto como queramos. Esa es la lucha. Sabemos que habrá muchos más árboles, quizá más grandes que nosotros. Sabemos que el suelo quizá estará muy duro y a veces será difícil abrirse paso, pero siempre creeremos que ese mundo sigue siendo mejor que una maceta, pues en ésta el mundo acaba donde terminan sus paredes. En un bosque sabemos que nuestras raíces posiblemente no lleguen muy lejos, pero como mínimo existe la posibilidad. Porque de eso se trata todo, chicos. De tener la posibilidad.

Ojalá pueda algún día tener una casa con jardín.