La imagen que guardo en mi mente de Tokio está aún vívivida, fresca y palpitante en mi cabeza. Cuando la añoro a más no poder, a menudo cierro los ojos y recorro las calles mentalmente, recordando cada esquina, cada tienda, cada farola de la calle. Es entonces cuando pienso en lo mucho, muchísimo que desearía volver y ver de nuevo a toda esa gente, todos esos lugares que cambiaron mi vida.
Uno en especial, el restaurante donde trabajé. Su ambiente cálido, su luz anaranjada y sus suelos de madera. Mis compañeros con la camisa de color crema, charlando conmigo detrás de la barra. A veces, ya aquí de vuelta, se me hace la boca agua recordando los sabores de todo el planeta que servíamos en ese pequeño rincón de Shibuya.
Y es que es muy malo, señores, tener un lugar amado muy lejos de aquí. Jamás en la vida negaré que el lugar que piso ahora es mi legítimo hogar, pero esa ciudad y sus callejuelas estrechas son y serán siempre mi segunda casa.
Hoy he recibido un mensaje de Ami. Era corto, claro y conciso:
"Han cerrado el restaurante".
Nunca esperé que una noticia así pudiese afectarme tanto. Una parte de mi vida, de mi experiencia... se ha esfumado con el cierre de esa cerradura. Casi dos años deseando regresar a ese pequeño local se vuelven ahora un sueño imposible: Una parte importante de mi vida en Tokio ha cesado de existir. Y nunca más habrá compañeros en camisa de color crema, ni suelos de madera, ni platos deliciosos, ni luces anaranjadas. Para mí, Tokio es un recuerdo, sí, pero un recuerdo que sé que volveré a ver en la realidad. Mi pequeño restaurante, en cambio... ya sólo podrá existir en mi memoria.
viernes, 19 de febrero de 2010
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