Hoy me he estado planteando el origen de una de esas cosas que todos damos por supuestas y normales en nuestra vida: Nuestra casa.
Todos hemos pagado (o pagaremos) una millonada por tener un lugar en el que dormir. Es algo tan habitual que lo damos por supuesto, por algo natural, comprensible e incluso necesario.
Pero, eh... ¿Os habéis planteado alguna vez lo absurda que es esta idea? Pagar por un trozo de tierra en un planeta que es de todos, y a la vez de nadie. Sí, quizás si alguien te construye la casa en un trozo de terreno, podríamos pagarle lo que le ha costado construirla más la mano de obra, como quien paga al sastre por coserle un vestido. Pero... ¿la tierra? ¿De quién es esa tierra?
Y diréis... "el que construye la casa también ha pagado el terreno". ¿A quién? ¿De quién era ese terreno? ¿Y antes que de esa persona? ¿Y antes? ¿Cuándo comenzó el ciclo de "este pedazo de tierra es mío"?
Y entramos en eso de que un puñado de tierra en la ciudad vale más que en el campo, pero también entramos en eso de los bloques de cincuenta pisos, en los que no pagas ni siquiera por un terreno, sino por un cubículo.
¿Quién puso precio a la tierra que pisamos? ¿Quién decide cuánto vale un metro cuadrado de suelo? ¿Si construyo yo castillos en el aire, podré cobrar por respirar?
¿Si pagamos por la tierra que pisamos, por qué no por el agua y por el viento? ¿Pagaremos por los árboles? ¿Pagaremos por yacer muertos? Oh, no, espera... que eso ya lo hacemos.
Si tuviese mucho, mucho dinero, construiría una ciudad en medio de lo que llamamos "nada", donde la tierra no tuviese "valor", y cobraría no más que el precio de los ladrillos. En la entrada a la ciudad, en un arco enorme, estaría grabado en piedra: "Bienvenido a la ciudad donde la tierra es de todos".
Porque lo es, creedme. Nadie tuvo derecho a decir a quién pertenecía nuestro planeta. La culpa es nuestra por creernos que es así, por ser partícipes de esta gran farsa, de la venta del engaño, del círculo vicioso.
sábado, 28 de marzo de 2009
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