El día que conocí a Juliet prometía ser uno de esos tan normales, tan monótonos que rozan lo indignante. Estaba yo trabajando en mi pequeño restaurante en Shibuya...
- ¿Dónde va esto? - tomo los platos y pregunto al cocinero, Hasebe Jun. Un gran hombre metido en un cuerpo alarmantemente pequeño.
- A la cincuenta y dos... el grupo de mujeres de las risotadas- responde.
"El grupo de mujeres de las risotadas". Bueno, sí era cierto que había allí un grupo de cinco o seis mujeres de mediana edad que parecían estar pasándolo en grande...
- Sopa de calabaza...- murmuro sin esperanza alguna de ser escuchada.
- Oh, sí, espera... no sé. ¿De quién es esto?- dice una sin mirarme. De repente se tornó para contemplar el plato que yo cargaba entre manos, supuse que con la esperanza de que al observarlo recordase de repente quién lo había pedido.
Pero, tras mirar al plato, su mirada se desvió a mi rostro.
- ¡Ahi va! ¿Una gaijin-san?
Solté mi risa incómoda.
- Ehh... sí, bueno... - El plato quemaba, quería soltarlo ya.
- ¡Vaya, qué graciosa! Yo me llamo Ayako, pero todos me llaman Juliet...
Comenzó a contarme que nació en Okinawa, pero que trabajaba en Tokio para una agencia de publicidad. Me habló de sus hijos, de su familia, de sus viajes... hasta que la sopa en mis manos se enfrió. Parecía una mujer cargada de energía, con ganas de conocer a todo el mundo que se le pusiera por delante.
- Me has caído bien, Nana - me dijo finalmente tras nuestra larga conversación.- Eres la primera gaijin que conozco personalmente en Tokio, y eso me hace mucha ilusión. Vendré otro día a comer aquí y a ver si te dejan sentarte a hablar conmigo.
Sinceramente, nunca esperé que lo hiciese de verdad. Tokio es mundialmente conocida por ser la ciudad de la promesa incumplida, la ciudad del "ya quedaremos" o del "volveré" que nunca se da en la realidad.
Pero volvió. Volvió Juliet unos días más tarde, y mi adorado encargado me dejó sentarme junto a ella un rato.
Tras unos minutos de conversación, salió el tema de los sueños de futuro. Ella parecía ser una persona de las que ha visto mundo, pues a cada tema le añadía un color distinto, un foco desde el que yo nunca antes había visto las cosas.
- ¿Qué quieres hacer?- preguntó.
- Pues... voy para traductora, pero me apasiona escribir.
Removió el té con la cuchara.
- ¿Te gusta escribir?
- Mucho.
- ¿Y sabe el mundo que te gusta escribir?
Me chocó un poco la pregunta. No era la clase de desarrollo que la gente solía hacer del tema cuando lo comentaba.
- Bueno... tengo un blog, y de vez en cuando escribo algo.
Se puso un poco más seria.
- ¿Gritas al mundo y a los cuatro vientos que quieres escribir? ¿Dices a todo aquel que conoces que ese es tu sueño? ¿Admites sin reparo alguno que es ese tu objetivo?
Me costó un poco responder.
- No... bueno, no sé. Lo digo, pero pongamos que no lo grito...
- Pues grítalo- asintió con la cabeza. - Verás...- sacó un boli y un papel de su enorme bolso y los posó sobre la mesa. Dibujó esto:
- ¿Qué significa este kanji? - me preguntó.
- Boca- respondo intrigada.
Dibujó este otro a continuación:
- ¿Y éste?
- Diez... - no entendía nada.
- Bien, pues ahora dime qué significa este otro:
Parpadeé con sorpresa antes de responder. Comenzaba a entenderlo.
- Kanau... cumplirse un sueño.
- ¡Ajá! Diez y boca... cumplirse. Si lo dices diez veces, el sueño se cumplirá.
Sonreí con satisfacción al notar el mensaje que me acababa de enviar, el regalo de por vida que acababa de hacerme.
- Grita a los cuatro vientos los sueños de tu vida. Sólo así la gente sabrá de ellos, y sólo así podrán cumplirse- sentenció, y su sonrisa, junto a la nota que dejó sobre la mesa... son dos cosas que jamás olvidaré.
domingo, 26 de abril de 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)