Amanda
Ese día, en el casal de verano, me tocaba dar una clase al grupo de segundo de primaria en el aula de informática. En principio dar clase a los críos en esa hora era bastante apetecible, pues no solían molestar demasiado mientras traqueteaban los ordenadores.
Me senté en la mesa del centro del aula y esperé a que entrasen los pequeños en fila india. Ahí venía Jeff, cabizbajo, poco hablador desde que murió su padre. Ni siquiera yo, que se suponía que estudié durante años para tratar con los pequeños, sabía qué decirle cuando le miraba. Era una lástima verle así, pues por lo general era un chico ingenioso e inteligente.
Se sentó taciturno delante de uno de los ordenadores y se esperó a que le diese permiso para encenderlo, al contrario de todos los demás niños que le dieron al botón directamente.
- Bueno, chicos... hoy nos familiarizaremos un poco con las herramientas de comunicación por internet. ¿Podéis darme algún ejemplo?- dije.
- Chats de vídeo- dijo una, - yo hablo con mi papá que trabaja en Armenia desde el ordenador.
- Redes sociales...- saltó otro. - Mi madre no me deja usarlas todavía, pero ella liga con eso...
Todos se pusieron a reír. Yo, para desviar un poco el tema, decidí seguir la conversación por otro lado:
- ¡Bueno! Pero no es sólo eso, ahora gracias a las herramientas de comunicación podemos hablar o escribirnos con nuestros conocidos con facilidad, compartir información sin tener que vernos cara a cara o incluso saber qué día hace en otro país sin necesidad de ir personalmente a comprobarlo. Todo esto supone el progreso de la comunicación interpersonal.
Jeff agachó la cabeza. En una situación normal habría dicho algo, pues siempre lo hacía. Sin embargo aquel día, como los últimos desde el accidente, sólo pensaba en silencio. Decidí invitarle a hablar.
- ¿Quieres decir algo, Jeff?
Me miró de reojo. Dudó un momento y, sin alzar demasiado el rostro, murmuró:
- ¿Y todo esto adónde llegará?
No entendí la pregunta. Yo, profesora, no entendí lo que me decía un niño de 7 años.
- ¿Qué quieres decir?
- Si hay progreso, es porque se progresa hacia algún sitio, ¿no?
Pensé.
- Ehm... sí, claro.
- Entonces, si esto que dices es progreso, ¿se alcanzará el objetivo cuando la gente pueda escribirse cosas sin verse nunca?
Me sorprendió su respuesta.
- Claro que no, Jeff... estas herramientas nos ayudan a comunicarnos con gente con la que normalmente no hablaríamos de no existir éstas. Son algo bueno.
- Pues yo veo a mi hermana hablar por internet con amigos y pienso que serían más felices si se viesen en persona, y a mí me gusta salir a la calle para ver qué día hace... y a mí me gustaría poder viajar con la excusa de ir a comprobar si hace sol o no en la otra punta del mundo. Yo no creo que esto sea progresar, sita Amanda... yo creo que a este paso todos nos comunicaremos sólo con ordenadores y no nos veremos nunca. Todo esto de verdad sería un progreso si yo pudiese hablar con mi padre ahora. Eso sería bueno.
Hubiese podido replicarle, hubiese podido darle alguna explicación convincente de que lo que decía no era del todo cierto... pero no supe cómo contradecirle. Yo sabía de su estado psicológico gracias a un informe escrito que me habían mandado por correo electrónico. Quizás, sólo quizás... si hubiese decidido hablar con él para descubrir por mí misma su estado emocional, entonces hubiese sido capaz de saber qué decirle cuando entró al aula. Quizás, si no hubiese usado nunca un ordenador para investigarle hubiese comprendido mucho más de él.
¿Y es que acaso no tenía razón? ¿Es que no era frívolo tanto texto compartido entre pantallas de ordenador cuando lo que de verdad importa es ver a alguien reír o llorar? ¿Por qué tanta resolución en una webcam si no puede haber algo más más real que un abrazo?
- Yo, Jeff... no sé. No sé qué decirte, la verdad.
Porque ni los teléfonos que programan lavadoras ni las camisetas que informaban de tu tensión arterial tenían sentido entonces. Nada, nada tenía sentido mientras Jeff no pudiese hablar nunca más con su padre. Lo curioso era que algo tan, tan sumamente básico nos resultase más impensable que poder viajar a la otra punta del universo.
Fragmento B.S Volumen 1, capítulo 7