viernes, 16 de octubre de 2009

Mizaru, Kikazaru, Iwazaru.

El comentario de Ravengoh y una conversación de sobremesa que tuve hace apenas un par de días me han motivado a escribir este post.

Os preguntaréis... ¿Qué es eso del título? Bien... Seguro que os suena esta imagen:



El título del post viene a ser el nombre de éstos tres monitos:

Mizaru: El mono que no ve.
Kikazaru: El mono que no oye.
Iwazaru: El mono que no habla.

En japonés: みざる、きかざる、いわざる 「見ざる、聞かざる、言わざる」 conforman un juego de palabras.

Añadir "zaru" al verbo es una forma arcaica del japonés que se usa para la negación. A su vez, "saru" significa mono en japonés. De ahí que se trate de monos y no de cualquier otro animal el que encontramos representado.

La frase, traducida, significaría: No mires, no escuches, no hables.

Se especula mucho sobre el significado de este dicho, pero quizás la gracia está en que cada uno lo interpreta a su manera. Cada persona es libre de elegir lo que cree que no debe oír, decir o ver.

Según mi forma de ver el mundo, mis "Mizaru, Kikazaru, Iwazaru" serían:

No mires al necio.
No escuches banalidades.
No hables más que la verdad.

¿Cuáles serían vuestros tres?

Berlín, herida de guerra.

¡Hola chicos! Siento la tardanza, no hay excusa: He estado recluida en mi mundo de felicidad XD

Vamos a ponernos serios, que hoy os hablaré de esta ciudad: Berlín.

Llegamos a Berlín por casualidad, como por un capricho del destino. Puede sonar a tópico, pero es totalmente cierto: En mitad del viaje, nos topamos con unos viejos amigos. ¿No os pasa eso de encontraros a gente conocida en la otra punta del mundo? A mí, curiosamente, me ha ocurrido en un puñado de ocasiones.

Hablamos con ellos, y resultaba que estaban haciendo un itinerario muy parecido al nuestro.

"¿Y no iréis a Berlín?" Preguntan.
"No... no está en nuestros planes, en principio".
"Eso no puede ser. Os reservaremos un hotel y vendréis con nosotros. ¡Es un pecado marcharse de Alemania sin ver Berlín!"

Así que acabamos pisando la capital sin haber tenido previa intención de hacerlo. Ahora, una vez de nuevo en mi Badalona, me echo las manos a la cabeza cada vez que pienso que podría haberme ido sin visitar esa maravillosa ciudad, esa ciudad... herida de guerra.

Porque así es Berlín.

A la grandiosa Berlín todavía le duelen las heridas, todavía le quedan cicatrices en todos sus rincones, sus remiendos intentan devolverla a la gloria del pasado... pero Berlín nunca volverá a ser la misma: No tiene por qué que serlo, pues ahora es mucho mejor que antes.


Sus cicatrices le recuerdan lo que pasó. No sólo no debe cubrirlas, sino que no desea hacerlo. Cargada de arrepentimiento, de culpabilidad... levanta la cabeza y procura seguir mirando al frente con dignidad.


Su gente sonríe, pasea por sus anchos parques y sus hermosas calles, mirando al futuro.

Porque miran al futuro, pero sin embargo no han olvidado lo ocurrido. Todo el mundo sabe que un día los canales tenían vallas metálicas, que los parques eran improvisados campos de cultivo que salvaban a la población de la hambruna y que las calles un día fueron trincheras donde morían sus abuelos, arrastrados por la condena de la guerra.


Berlín hubiese preferido no vivir nunca lo ocurrido, pero no entierra su pasado con vergüenza. No construye aceras ni edificios escondiendo lo que un dia fue un muro de cemento, Berlín destruye ese muro y coloca en su lugar una marca, una señal para que las generaciones futuras sepan siempre lo que un dia existió allí. Ahora podemos cruzar de un lado al otro sin ningún esfuerzo, pero esa señal nos recuerda que años atrás ese gesto podría habernos costado la vida.



Incluso hay heridas que ha preferido dejar abiertas; aquellas heridas que le ayudan a ser consciente de lo que vivió, aquellas heridas que le recuerdan que nunca, nunca más tiene que volver a dejar ocurrir algo así.

Berlín está herida de guerra, sí... pero es hermosa como ninguna otra. ¿Sabéis por qué? Porque ha vivido mucho, porque en su rostro se contempla la experiencia, la historia... y eso vale más que cualquier hornamento.